Por Antonio Cornadó
Escribo esto el viernes a primera hora. Solo han pasado unas horas desde la estruendosa implosión que ha sacudido las filas del principal partido de la oposición y se suceden comentarios y reacciones por doquier.
La sobreabundancia de información llena programas de corte político, satírico y hasta del corazón en todos los formatos imaginables y las redes son un formidable escaparate donde cada cual intenta explicar, denunciar, justificar o convencer.
De la parte política seguro que hay muchas voces autorizadas que darán su opinión. En esta columna quiero fijarme en la estrategia de comunicación. Y de lo vivido el jueves hay tres aspectos que me han llamado la atención; tienen que ver con la forma en que comunicamos y buscamos la empatía primero, la aprobación después, y el compromiso hacia nuestra causa en último término.
En estas crisis la elección de los tiempos, el tomar la iniciativa, forma parte del éxito. Anticiparse es crear el marco mental de referencia sobre el que los demás deberán moverse después. El primero crea el terreno de juego y designa las reglas con las que jugar el partido. Da ventaja.
Un segundo aspecto es el control del nivel de visibilidad. Medir el nivel de exposición del protagonista es una decisión crucial: hacerlo poco tal vez es perder oportunidades; hacerlo demasiado puede achicharrarle. Una sobrexposición significa estar más tiempo sometido al escrutinio de los medios, las redes sociales y la opinión pública, que son implacables e inmisericordes. Para estas situaciones también menos es más.
Finalmente, el mensaje. Soy partidario de un solo portavoz y de una sola declaración. En estos casos la combinación de lo emocional para crear empatía y lo racional para argumentar con solvencia funcionan muy bien y refuerzan la solidez del discurso y la coherencia del mensaje.
En las crisis un último aspecto tiene que ver con el control de daños. En este caso lo último debería haber sido lo primero. Más allá de la estrategia y el relato, alguien con suficiente responsabilidad en esa formación debería haber calculado previamente el gran daño reputacional que este asunto va a ocasionar y el enorme caudal de confianza que se ha dilapidado.
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Artículo publicado originariamente en El Diario Montañés