Por Antonio Cornadó
Tengo un amigo que organizó su aniversario como el acontecimiento perfecto: un Excel que se iba cumpliendo según lo programado. Y todo fue perfecto hasta el momento final de la celebración: más de dos horas esperando a los autobuses que debían devolvernos a la ciudad de madrugada. De esa fiesta el único recuerdo que perdura en nuestro grupo de amigos es la interminable espera en la fría noche de marzo.
Algo parecido le ha ocurrido a RTVE con la elección de la canción que nos representará este año en Eurovisión. Una semana después del final del Benidorm Fest continua la polémica en una espiral de noticias y bulos, acusaciones y amenazas, justificaciones y excusas que parece no tener fin. Al final, de un brillante proyecto profesional solo va a quedar como recuerdo el hashtag #tongofest.
De lo escrito, hablado y visto -casi todo lamentable y grosero- hay una parte que me interesa: el enorme daño reputacional que ha sufrido la radiotelevisión pública española. El concurso se diseñó con el objetivo de elegir una canción, pero también para relanzar la primera cadena sumando nuevos públicos a una audiencia que languidece. Y funcionó….hasta el veredicto final del jurado.
El recuerdo del fiasco del Chiquilicuatre y el miedo a repetir una situación como la del 2017, con amenazas y agresiones al jurado, hizo que se blindaran las votaciones de tal forma que la apariencia podía desprender un cierto aroma a amaño. Para los finalistas, el jurado, el concurso y, especialmente, para la corporación pública las consecuencias del Benidorm Fest son aterradoras. Su imagen ha salido muy dañada con acusaciones de opacidad y manipulación.
En este caso y en otros, como el frustrado anuncio de la Superliga Europea, por ejemplo, una gestión estratégica del proyecto y de la comunicación hubiesen permitido gestionar de forma preventiva el concurso, adelantando escenarios y elaborando mapas de riesgo para evitar errores y orientar acertada y eficazmente su desarrollo. Cuando no se tienen en cuenta todos los factores y no se miden sus consecuencias, la vulnerabilidad aumenta. En el mundo del espectáculo, como en el de la empresa, hay ocasiones que intentando lo mejor, se consigue lo peor.
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Artículo publicado originariamente en El Diario Montañés