Por Antonio Cornadó
El 8 de noviembre de 2008 el teléfono sonó de madrugada. A esas horas siempre son malas noticias, y esta no fue excepción: un intento de intrusión y el bloqueo de los accesos a un centro de producción eléctrica por un grupo ambientalista. Todo ello acompañado de televisiones y periodistas que estuvieron retrasmitiendo on line cada momento de esa jornada que fue larga y dura. Fue el punto álgido de una estrategia de acoso público, mediático y político muy bien orquestada. En esa ocasión perdimos el partido por goleada; nos fue mal porque no estábamos preparados para responder como demandaba la situación.
He recordado esta situación al leer y escuchar todo lo que se está publicando esta temporada contra la monarquía parlamentaria: una campaña en toda regla. No hablo de política, hablo de comunicación, pero las preguntas son similares: ¿Se puede hacer algo? ¿Hay, desde la comunicación, alguna respuesta para este tipo de acoso?
La contestación es SI. De hecho, la comunicación es una parte importante de la respuesta. Anticipar escenarios y utilizar argumentos y herramientas de comunicación adecuadas forman parte de esta estrategia. Hoy la batalla de la opinión pública no es racional, sino que intenta legitimarse a través de lo emocional, de las imágenes y los sentimientos. Y cuestiones como la defensa de la forma del estado tiene un sesgo muy racional. Justo por este motivo una buena estrategia de comunicación debe tener los dos enfoques; hay que dar la batalla en los dos frentes… y planificar. Tener un plan no te da garantías de éxito, pero sí la oportunidad de presentar tu verdad y tus razones al conjunto de la opinión pública. Tener la opción de que todos conozcan lo que solo algunos quieren que se sepa.
Además, en la era digital no se puede hacer solo comunicación analógica. En el siglo XXI no debemos comunicar como en el XX usando el lenguaje del XIX. Es imposible lograr resultados -es decir, ser creíbles- si no somos capaces de escuchar el sonido del ecosistema en el que nos movemos y actuar en consecuencia. En estos asuntos tan sensibles, hacer las cosas bien -incluso de forma ejemplar- es importante, pero es crucial saber contarlo.
En las instituciones, como en las empresas, no existen recetas mágicas para la credibilidad. La única que funciona es trabajar antes, más y mejor que nuestra competencia; ser estratégico, proactivo, inteligente, cauto, honesto, responsable; buscar y pedir ayuda, saber pedir perdón…
En definitiva, ser coherente y ser muy muy persistente. Después de la campaña de acoso, el trabajo de comunicación en la empresa eléctrica de la que hablaba al comienzo tardó 15 años en fructificar… Pero ganamos.
Artículo publicado originariamente en El Diario Montañés en diciembre de 2020.