Por Antonio Cornadó
La historia de Pedro R. no es conocida. Una tarde de hace unas semanas viajaba en la línea 2 del metro de Madrid camino de un curro temporal, manteniendo las medidas de higiene y tratando de ser muy cuidadoso. Tenía por delante 5 horas de trabajo como camarero en la fiesta de entrega de los premios de un medio digital de moda. Allí pudo reconocer detrás de sus mascarillas de diseño a numerosos políticos, empresarios y periodistas que compartían mesa y conversación. Recordó que todos ellos legislaban, escribían y opinaban sobre las mismas medidas sanitarias que estaban incumpliendo: “hacer lo que decimos, pero no digáis lo que hacemos”, pensó mientras atendía las mesas.
La historia de Pablo A. es más conocida. Fue testigo del vandalismo de unos pocos y, pensando en su madre barrendera, se organizó con sus amigos para devolver la normalidad y la limpieza a unas calles arrasadas la noche anterior. En esta tarea, además de sus amigos, contó con la “ayuda inestimable” de algunos tuits de políticos que alabaron su ejemplo, al mismo tiempo que “condenaban” y “pedían explicaciones”, los dos conceptos-comodín elásticos y brumosos que permiten aparentar que se dice algo solemne. Pablo es más de hechos, no de palabras.
En el mundo de la comunicación corporativa se puso de moda hace algún tiempo el término storytelling; es decir, contar historias, elaborar relatos, crear narrativas para explicar decisiones y justificar errores. En definitiva, poner confeti de colores a una fiesta verbal como la del periódico digital. El problema es que las palabras, incluso dentro de una bonita historia, no sirven para ocultar la incoherencia y la contradicción de algunas conductas y decisiones. Ya no cuela.
Yo me quedo para la comunicación empresarial con el storydoing; el hacer cosas y que éstas hablen por nuestra empresa; que expliquen con actos lo que somos, lo que sentimos y lo que queremos. La pandemia ha mostrado un buen puñado de ejemplos de empresas con alma que han sabido hacer, poniendo sus recursos, su talento y su trabajo -como Pablo- al servicio de una causa, al amparo del bien común. Dejemos el confeti, el relato y los tuits de lado y busquemos la coherencia y la eficacia al servicio de lo que hoy importa de verdad. Es el tiempo de la acción, no de las historias con confeti de colores.
Artículo publicado originariamente en El Diario Montañés en noviembre de 2020.