Por Antonio Cornadó
Hace un par de meses se hizo viral un video que mostraba el llanto desconsolado de un candidato a un puesto en las elecciones locales de su pueblo en India al que no había votado ni su propia familia. Santosh Halpati repetía desconsolado “solo he tenido mi voto, ni mi familia, que somos 12, me votó». Descorazonador.
Estamos en tiempo electoral y más allá de la vistosidad de los carteles y de los eslóganes ocurrentes, las claves para determinar el éxito de una campaña electoral están en la capacidad de los candidatos y sus equipos para acertar con el diagnóstico y dar en la diana con la estrategia. Para ello lo más frecuente es utilizar las técnicas de investigación social: focus groups, entrevistas, encuestas y sondeos internos, monitorización de redes sociales, etc., son, junto a la información sociodemográfica y los resultados históricos, los elementos sobre los que se arma una estrategia de campaña realista, coherente y efectiva. Algo a lo que, con seguridad, Santosh no tuvo acceso.
La capacidad de escucha, un término tan manoseado y deformado, está en la base del planteamiento. Se trata de escuchar para conocer y proponer para liderar.
Ahora bien, la tecnología y los usos de la nueva política -nacida de las cenizas del descontento- ha creado una tendencia muy particular entre partidos y plataformas de movilización o activismo político que parecen dar un nuevo sentido al término “escucha”, transformando el concepto en algo más cercano al márketing. “Pisar la calle”, mezclarse en eventos, dejarse fotografiar en situaciones vistosas, en definitiva, hacer tiktok electoral, se ha vuelto una especie de sello de autenticidad que pretende lograr un plus de credibilidad y cercanía al candidato y su estrategia.
En mi opinión la escucha no puede limitarse a una recolección más o menos afortunada de sugerencias, ideas u ocurrencias que puestas en orden y maquilladas forman la propuesta electoral. Por otro lado, en las campañas 4.0 muchos sucumben a la tentación de dejarse llevar por los nuevos formatos de relacion digital: foros, comunidades y redes, que parecen participativos y transversales, pero donde el “ruido” impide la conversación, el entendimiento y la reflexión.
Creo que esta forma de hacer política ha renunciado al liderazgo y al compromiso, a la estrategia y a la visión sustituyendo lo necesario para la comunidad por lo conveniente para ganar elecciones. Y el resultado final es la degradación de la calidad, las propuestas y las personas. En definitiva, la mediocridad y el cortoplacismo.
En todo este marasmo de información cruzada y de improvisación vale la pena reivindicar la buena política y las buenas campañas que tratan de mostrar para conocer y argumentar para convencer. Y este proceso la comunicación política y sus especialistas deben tener su lugar.
—
Artículo publicado originariamente en El Diario Montañés