Por Antonio Cornadó
Terminaremos conociendo la verdad de la salida de Iván Redondo del gabinete de la presidencia del Gobierno de España. Pero mientras tanto lo que llega a la opinión pública son versiones interesadas de lo ocurrido.
A eso ahora se lo conoce como relato, es decir, la manera subjetiva y ventajista en que contamos la realidad. La administración Trump puso de moda el termino hechos alternativos para describir esa parte de la realidad que interesaba contar y parece que esa noción, es decir, que cualquier hecho es susceptible de su reconstrucción, ya ha llegado a nuestro día a día. Antes el asunto se limitaba al “cariño, esto no es lo que parece”. Ahora estamos en “cariño, lo que has visto no es real, veras, te lo explico…”
Llevado a nuestro ámbito, en la comunicación corporativa conviven dos tendencias igualmente perversas.
- La primera tiene que ver con el relato. Para algunos empresarios y políticos parece que lo capital es la pelea por imponer el propio relato a la opinión pública: contar esa parte de verdad que nos favorece. Explicar una debacle electoral, un contrato inconfesable, una actuación delictiva… el relato se impone. Lo de menos es la verdad, lo importante es la forma en que lo contamos para que lo parezca.
- La segunda tiene que ver con la simplificación de los mensajes. En un mundo digital el tiempo es un bien escaso y la reflexión un lujo al alcance de pocos. Por eso, se acaban desarrollando estrategias de comunicación que imitan a la publicidad: frases vistosas, golpes de ingenio, trucos retóricos, cualquier cosa que llame la atención y de visibilidad: la realidad encapsulada en un eslogan y envuelta en una melodía de anuncio. Algo simple, ligero, suave; fácil de asimilar y de recordar…
En ambos casos el resultado es el empobrecimiento y la ocultación. Los ciudadanos necesitamos un chuletón de realidad, no una bolsita de chucherías informativas que entretienen, divierten y sacian, pero no alimentan.
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Artículo publicado originariamente en El Diario Montañés en julio de 2021.