Por Antonio Cornadó
Existe una moda bastante extendida de poner a comunicadores al frente de la estrategia política de las instituciones. En ocasiones el resultado es muy vistoso y colorista para los informativos y las redes, pero solo se queda ahí. Lo hemos visto hace unos días en la “cumbre de las banderas” en Madrid: mucho guion, mucha cámara, mucho plano televisivo, mucha decoración…. ¡Y ningún resultado práctico! Para mí la razón es clara: cuando se gobierna para los medios y las redes sociales, cuando el empeño está en el tuit y la imagen de efecto, algunos jefes de gabinete funcionan bien… aunque al ciudadano le vaya peor. Una sobreabundancia de imágenes no arregla los problemas, aunque puede, en ocasiones, construir la imagen efímera, impostada y artificial de sus jefes, los políticos.
De la misma manera, al otro lado de la realidad hallamos el efecto opuesto. Cuando la comunicación se deja como el último recurso, se ignora su importancia, su capacidad de influencia, su valor argumentativo para crear opinión, estamos perdiendo un importante capital. Organizar una comparecencia pública cuando ya hay muy poco margen para defender una causa o cuando la opinión pública ha tomado partido definitivamente, es un recurso desesperado y en la mayoría de las ocasiones irrelevante.
Lo vimos con Rumasa, con Ryanair y lo hemos visto días atrás en un entorno más cercano. Ya no son las razones económicas o contractuales, los argumentos jurídicos o sociales. Una aparición pública aislada y a destiempo no aporta nada apreciable y valioso a la percepción que los ciudadanos tienen sobre la cuestión. Porque el silencio de los que ahora se empeñan en hablar ya ha sido llenado antes por otros. Y ha creado opinión. El daño reputacional ya es irreparable, es cierto. Y ese resultado, en la mayoría de los casos, no es sino la suma de una ecuación de silencio, autocomplacencia, imprevisión y temor.
La comunicación no cura las pandemias ni limpia las ciudades pero, aplicada en la dosis adecuada en cada momento, permite dar a conocer los puntos de vista, los argumentos, los datos; es decir, ese sutil campo de los matices donde muchas veces está la verdad. Un lugar lejos del ruido vacío de las palabras y del foco deslumbrante de las imágenes.
Artículo publicado originariamente en El Diario Montañés el 4 de octubre de 2020.